El hundimiento de una cristiandad - 1/2

Ese tremendo giro se resume en muy pocas palabras: el hundimiento de un estilo de vida que hasta entonces se había definido como “cristiandad” y que muchos confundían con la misma Iglesia. Es esta ciertamente la crisis más aguda atravesada por el cristianismo, más que la misma de las persecuciones. No es ya -como en los tiempos de Lutero- que individuos o grupos más o menos numerosos levanten guerra contra la Iglesia o contra Roma; ahora es la sociedad entera -aunque, como es lógico, con distintos niveles y con diverso ritmo- la que lucha por desembarazarse de la fe. En estas décadas asistimos a la rotura de un sistema de creencias y valores que hasta entonces habían cimentado la vida del hombre occidental. En lo político es la muerte del absolutismo; en los social, la primera gran quiebra del sistema de clases heredado del Medievo; en lo jurídico, el nacimiento de un nuevo derecho que poco tiene que ver con el anterior; en lo moral, el nacimiento de otra moral diversa a la tradicional; en el ordenamiento de la vida cotidiana, los súbditos se convierten en ciudadanos; y parece nacer una nueva religiosidad natural, deísta, ajena a la predicad por Jesús, mientras sube a los cielos, canonizada, la diosa razón, que parece ser enemiga frontal dela fe. “El hombre sale de su minoría de edad”, según Kant. “Los hombres, al seguir la razón, se convierten en dioses”, que diría C. Gilbert. Es como un retorno al paraíso o como un salida definitiva de él. Todo ello bien envuelto y rebozado en sangre.


Este tremendo despertar (o este estallido de locura, según se pinte) podíamos al estilo de una película de buenos y malos, tal y como era frecuente entre los eclesiásticos de hace cincuenta o más años: los malos atacaban a la buena Iglesia. Ero ese dibujo no carecería de ingenuidad

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