Una España del viejo régimen - 2/2

Para mayor tragedia, los ricos no sólo eran propietarios de las tierras, sino también de los hombres, como un residuo medieval. La nobleza poseía 15 ciudades, 2286 villas, 4267 lugares, 671 aldeas. Y muchas veces existían en ellas verdaderas relaciones de vasallaje. En sus tierras y ciudades de señorío, los nobles tenían derecho a nombrar corregidores, alcaldes mayores, justicias, bailíos, regidores y demás funcionarios municipales. Había lugares, como Baza, en los que los señores eran aún denominados “de horca y cuchillo”. Y gozaban del monopolio de hornos, molinos, cobraban el 10 por 100 de las ventas de inmuebles, un porcentaje sobre las recolecciones, tributos especiales de siega y vendimia y derecho de tránsito de los ganados. Es fácil -como señala Tuñón de Lara- deducir de todos estos datos cuál era la estructura social de España en este final del XVIII y entender los fermentos de cambio que en ella tenían que bullir.

Además -como las desgracias nunca vienen solas-, el país iba a embarcarse en este período en cinco guerras -Independencia, América, Marruecos y las dos carlistas-, con la tremenda sangría en hombres y en dineros que supondrían. Suele hoy calcularse que la guerra de la Independencia costó 12.000 millones de reales, que las larguísimas guerras carlistas costaban al país 60 millones de reales cada mes y que la pérdida de las colonias americanas se llevó consigo el 50 por 100 de los ingresos de la metrópoli.

Bastan estos datos para entender hechos tan terribles como que un tercio de los españoles está durante toda esta época habitualmente subalimentado, en las condiciones que pueden estar hoy los países de Africa; que el nivel de esperanza de vida de los obreros de la época se calculara en torno a los 24 años; que, aunque la alimentación devorara el 80 por 100 de sus ingresos, ésta se redujera a pan, legumbres y bacalao, mientras la carne aparecía solo en la alimentación del 12 por 100 de los españoles -naturalmente, los ricos-; que la situación sanitaria fuera tan desastrosa que cualquier epidemia contaba las muertes por cientos de miles (la de1833 ocasionó 300.000; el cólera de 1855 llevó a la muerte a 236.774 personas); que el analfabetismo fuera ley y norma del país, puesto que al iniciarse el siglo XIX sabían leer y escribir muy poco más del 5 por 100 de los españoles; que las condiciones laborales eran infames: un obrero industrial de principios de siglo ha de trabajar 12 horas para ganar 11 reales; y un obrero agrícola que trabaja de “sol a sol” -16 horas en verano- cobraba en los meses de recogida 12 reales, para bajar a 2 en el invierno.

Esta es la España real en la que María Rafols va a moverse. Esa es la vida que vvió en su infancia. Esos son los hombres que van a acudir a los hospitales en que trabajará. Tal vez a la luz de esas cifras empecemos a entender que murieran jóvenes la mayor parte de las religiosas que la acompañaban, que ellas y sus enfermos carecieran prácticamente de todo, que en un mes de su trabajo en la inclusa viera ingresar 42 niños ¡y morir 39 de ellos! Era la espantosa España del subdesarrollo, el hambre y la injusticia. La España que hacía más urgente e hirviente el despertar de la caridad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario